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Esa es la mantra de la mayoría de las personas, ya sea de manera consciento o inconscientemente. En ocasiones por un par de centavos que te faltan, no puedes comprar algún artículo que te interese. O si no estás satisfecho con una compra, no hay problema mientras no solicites la devolución del dinero; te ofrecen un cupón de descuento, o cambiarte el artículo sin ningún problema, pero apenas exijes la devolución del dinero, muy probablemente oirás excusas y descubrirás el lado malencarado del vendedor.

Sin embargo, estas son situaciones minúsculas si las comparamos con el nivel de avaricia que se manifiesta a nivel institucional, ya sean instituciones gubernamentales o grandes conglomerados industriales. En estos casos, la avaricia y el deseo de obtener ganancias a toda costa, los llevan a tramar conspiraciones que, lastimosamente, terminan dañando la salud de muchísimas personas y, en muchos casos, las llevan hasta la muerte. Y lo más interesante del caso, es que los métodos que han utilizado son tan efectivos que la mayor parte de la población ni siquiera lo nota y caen tan fácilmente en las trampas que da tristeza.

Primero déjame aclarar que cuando hablo del gobierno o de la industria, no me refiero a las instituciones mismas. ¡Hmmm! ¿Cómo así? Obviamente, una «institución» no puede literalmente hacer nada. Es solo una entrada en algún libro de registro con un par de sellos y firmas para hacerla válida. Más bien, me refiero a las personas que dirigen y controlan dichas instituciones. Son personas las que pueden manifestar actitudes codiciosas, son individuos miembros del género homo sapiens que pueden planear y tramar conspiraciones con el propósito de ganar dinero, sin importarles qué pasa con las personas que tienen que sufrir por lo que ellos hacen y, en algunos casos, hasta morir.

Examinemos un par de casos específicos del ámbito de la salud y la nutrición para mostrar que así tanto como una cabra, no ando tan perdido. La idea del artículo es que te detengas un par de segundos o, tal vez, minutos y te des cuenta que es importante envolverte en el desarrollo, y el curso, de tu propia vida, no dejando todo en manos de gobiernos e industrias y las personas que los controlan.

Las Estatinas

Las estatinas son drogas creadas con el propósito principal de ayudarte a bajar tu nivel de colesterol en sus distintas formas. Y son recomendadas a pacientes que, según el médico, se encuentran en riesgo de ateroesclerosis o enfermedad cardiovascular debido a un nivel elevado de colesterol. La pregunta es: ¿cuál es un nivel elevado del colesterol total?

Yo encuentro muy, pero muy interesante el hecho de que este número considerado normal, ha cambiado increíblemente en los últimos 60 años. Alrededor de los 50 era de 260 mg/dl y fue bajando y bajando constantemente. Hoy día, si te descubren un nivel de colesterol total de 260 mg/dl, es seguro que te llevan corriendo de emergencia al hospital, recibes estatinas inmediatamente y tendrías que tomarlas por el resto de tu vida, si sigues las recomendaciones dietéticas que de seguro te darían.

¿Por qué? Porque el nivel aceptado de colesterol total hoy en día es de 200 mg/dl (y por lo menos en Alemania hay menciones de bajarlo a 190 mg/dl)

De hecho, en los Estados Unidos, cuando se bajó el nivel normal de colesterol total de 240 a 200, unos 40 millones de personas que antes eran «saludables», se convirtieron de repente en enfermos a quienes se les podía, ¡no!, se les debía de ofrecer estatinas. ¿Resultado? En un boom del negocio de las estatinas que le trae a la industria farmacéutica no millones de dólares, sino millardos (miles de millones) de dólares. Obviamente mientras más personas «sufran» de colesterol elevado, mucho mejor es para el negocio.

Pero ¿funcionan las estatinas? Sí, y de mil maravillas para lograr el objetivo específico de bajar el nivel de colesterol. Pero, al mismo tiempo, causan un sinfín de otros problemas secundarios, algunos de los cuales son mucho peores que el «riesgo de una enfermedad coronaria». Nota que digo «el riesgo». Es claro que nadie desea sufrir de un infarto y así perder su vida. Pero cuando hablamos de riesgo, tenemos que aceptar que estamos hablando de algo que, en el momento que se habla, no necesariamente es real.

Se podría comparar al seguro que uno compra por «el riesgo» de sufrir un accidente automovilístico. Es cierto, accidentes ocurren y los seguros definitivamente sirven. Pero también es cierto que siendo prudente y previsor al manejar, uno puede vivir toda su vida sin sufrir un accidente mortal manejando. Sin embargo, la gran diferencia entre un seguro y las estatinas, es que un seguro no produce efectos secundarios como la pérdida de la memoria, disminución de los niveles de CoQ10, lo que redunda en la pérdida de energía celular y el incremento de radicales libres. Además de causar deterioro de la función del miocardio, lo que resulta en insuficiencia cardíaca.

Piensa un momento, si tu médico te recomienda tomar estatinas «solamente» porque tu nivel de colesterol está más allá de los 200 mg/dl, digamos 210 mg/dl, y porque esto se supone que te pone en riesgo de sufrir una enfermedad cardiovascular, pero al hacerlo terminas sufriendo de insuficiencia cardíaca, aunque tengas un nivel bajo de colesterol, ¿no es como si te hubiese salido el tiro por la culata? E imagínate si encima de todo eso, pierdes la memoria, se te debilitan los músculos y tienes otro sinfín de efectos secundarios ¿realmente valdrá la pena en este caso hacer más ricos a las instituciones?

De nuevo, para dejar claro lo que intento decir: Las estatinas no deberían de ser el método de «prevención primaria» contra enfermedades cardiovasculares. La relación entre los beneficios y los perjuicios no lo amerita. Otro gallo cantaría si ya has sufrido un infarto. Bajo esas circunstancias la relación beneficio:perjuicio cambia totalmente.

Lo que quiero hacer resaltar, es el hecho de cómo la industria farmacéutica y los gobiernos (las personas que los manejan) han conspirado, sea a propósito o no, para aumentar en millones la cantidad de personas utilizando estatinas, lo que ha redundado en ganancias en los millardos para ellos.

Otro ejemplo:

Jarabe de Maíz de Alta Fructosa (JMAF)

Que ¿qué?

Probablemente nunca has oído hablar de esto, pero si vives en Estados Unidos, México, Argentina o Canadá, es muy probable que sí lo hayas ingerido.

¿Qué es este Jarabe de Maíz Alto en Fructosa o JMAF?

Es un edulcorante que ha reemplazado al azúcar de caña o de remolacha y que es creado a partir del almidón o fécula del maíz. La razón principal por la que ha reemplazado al azúcar (sucrosa) en muchísimos países se debe a que es mucho más barato de producir que el azúcar normal.

Además, cuando las directivas del gobierno de Estados Unidos cambiaron de rumbo, alrededor de 1977, después del Reporte McGovern, el gobierno norteamericano emite las directrices dietéticas que los norteamericanos deberían seguir y hace énfasis en la importancia de comer menos grasa, la industria alimenticia que usaba grasa para muchas cosas, descubrió el nuevo mercado del «low fat» (bajo en grasas) y trajo al mercado una cantidad de productos donde la grasa fue reemplazada, primero por azúcar y, después por el JMAF, cuando este se hizo popular en el mercado norteamericano a partir de 1978.

Como su nombre lo dice, el JMAF tiene un alto contenido de fructosa, que nosotros como humanos no estamos diseñados para ingerir en las cantidades industriales que la industria alimenticia lo ha puesto a la disposición.

Es cierto que la fructosa es el tipo de azúcar simple que las frutas tienen, en otras palabras, es un monosacárido. ¡Frutas! ¡Fructosa! – De allí la similitud en el nombre. Sin embargo, nunca comemos cantidades grandes de fructosa cuando comemos frutas, porque estas también contienen mucha agua y fibra, que diluye la cantidad de fructosa que terminamos ingeriendo.

¿Qué efecto tiene la fructosa en el cuerpo? La fructosa tiene la característica que no genera secreción de insulina en el cuerpo, además si la cantidad ingerida es demasiada para poder ser absorbida por el intestino delgado, esa cantidad no absorbida viaja al intestino grueso donde es atacada por bacterias, lo que resultaría en que tus amigos se alejen de ti por un buen rato, hasta que «el perfume» causado por ellas y expelido por ti, se disipe, lo que ocurre más rápido se abres las ventanas.

Como no causa secreción de insulina, otra hormona, llamada leptina, que depende de la insulina, tampoco es secretada en cantidades adecuadas. La leptina es la que se encarga de mandar la señal a tu cerebro para dejarle saber que estás lleno y también que hay suficiente tejido adiposo ya acumulado. ¿Resultado entonces? Las probabilidades de comer en exceso y de seguir acumulando grasa son muchísimo mayores.

Aparte de eso, y mucho peor, el JMAF ha aumentado el número de partículas de LDL que, según estudios es uno de los reales causantes de la acumulación de esteroles en las arterias, que es el precursor de la aterosclerosis. Resultando en la enfermedad cardiovascular.

Es interesante que desde 1960 hasta 1980, los niveles del incremento de la obesidad en los Estados Unidos se mantuvieron constantes entre el 12 y el 14 por ciento. Pero a partir de entonces y, especialmente, desde los 90 se dispararon dramáticamente. ¿Hay una relación causativa acá? Yo no puedo decir ni sí, ni no. Sin embargo, es interesante la relación.

Desde entonces se han hecho estudios para descubrir si la fructosa en exceso, como se consume cuando ingerimos productos que contienen JMAF, es la causa de la epidemia de sobrepeso, del síndrome de resistencia a la insulina y del aumento de casos de diabetes tipo II.

Y ¿cuáles son los productos donde se puede encontrar este JMAF?

Bebidas dulces como los refrescos de cola, principalmente. ¿Cuántas tomas al día? Pero también muchos otros productos que son de características dulces, como yogures, cereales, jugos que no son 100% puros, etc.

Ahora bien ¿cuál fue la razón principal que incitó a la industria alimentaria a incluir JMAF en sus productos?

1. Es más barato de producir que el azúcar y

2. Las directrices dietéticas del gobierno norteamericano hicieron énfasis en reducir la grasa, lo que creó un nuevo mercado de productos bajos en grasa pero, para mantener el buen sabor, altos en azúcar o, mejor dicho, en jarabe de maíz de alta fructosa.

De nuevo, como vemos, estuvo envuelto el señor dinero en el asunto. Todo esto aparte del hecho de que las nuevas directrices que animaban a reducir la grasa, ayudaron a crear todo un nuevo mercado de productos bajos en grasa «low fat», pero altos en azúcar, lo que principalmente incluye JMAF.

Es cierto que uno no se la puede pasar buscando conspiraciones por todos lados. Pero es mi opinión que si nos detenemos y, por un momento, le seguimos la pista a la lana, notaremos en muchas ocasiones que algo no anda bien y, por lo menos, tendremos la opción de investigar más, si algo nos huele a gato encerrado.

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Bibliografía

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